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sábado, 31 de julio de 2010

El nostálgico "nuevo" modo de gobernar en la derecha post moderna

Todavía persiste un vacío de poder no menor en la administración pública luego de la instalación del gobierno de derecha hace más de cuatro meses. Las jefaturas regionales de servicios como el Sence, Sernatur, Seremis, Gobiernos Regionales y, especialmente, los Servicios de Salud, entre otros aún buscan jefaturas. Se dice que la gran vacante de cargos públicos responde, en parte, al desinterés de este sector por desenvolverse en la cosa pública, debido a los convencionalismos socio-culturales que imperan en sus ambientes cotidianos.
Pero el nudo gordiano es que, realmente, en el denominado “gobierno de los mejores” no existe la convicción, ni la intención de salir de la burbuja del sector privado para emigrar a las labores estatales, cuyas remuneraciones son comparativamente más bajas. Además, la misma concepción de solidaridad y cooperación que supone el trabajo de servicio público sólo se encuentra en la tinta del Programa de Gobierno, pues en el ADN de la derecha chilena conviven sin problemas elementos como el individualismo, el clasismo endógeno de tintes racistas, el integrismo religioso-conservador y un autoritarismo vinculado a la idea nostálgica de la hacienda. Este crisol ontológico está permeado por la entronización de las soluciones de mercado a las problemáticas de gestión pública en lo social.
Dicho antecedente primigenio nos permite apreciar de mejor forma lo que actualmente sucede en los cargos públicos, cuando éstos llegan a ocuparse a nivel nacional. Hasta el momento, la tendencia de las nuevas autoridades ha sido generar polémica por los comentarios de carácter sociocultural, como los célebres casos de la Junji, donde su vicedirectora, Ximena Ossandón, recalcaba la instalación de una “virgencita” afuera de la sede institucional, sin preguntar a los funcionarios si compartían o no la opción personal y religiosa-militante de la nueva autoridad, además de fustigar el supuesto caso de madres que iban a la playa, mientras dejan sus hijos en las salas parvularias, con la idea de justificar la reducción de recursos frente a estas “ineficiencias”.
Lo cierto es que las visiones integristas de corte católico son uno de los elementos constituyentes de la construcción social y cultural de la derecha, que anteriormente se conocía como el “buen tono”, “gente de bien”, “gente como uno” y que ahora se podría extrapolar a esta idea de rescate de la tradición que se está empoderando de las esferas estatales. Esta visión de mundo, por parte de una comunidad que históricamente se ha formado mediante el aislamiento y una autor referencia de tipo endógeno, actualmente queda más al descubierto, debido a la mayor “democratización” experimentada en la convivencia social chilena, luego de las transformaciones sistémicas ocurridas en los años noventa y que se expresa en varios niveles, desde la fragmentación y diversificación identitaria en el contexto del dinamismo impuesto por una economía de mercado.
El hecho de estar más sometida al escrutinio de otros grupos sociales, en este nuevo mapa de identidades, expone a las conductas sociales y culturales de la derecha tradicional a los límites del ridículo. El caso de Fonasa es otro botón de oro en este sentido: Al momento de asumir, su nuevo director, Mikel Uriarte, increpó a los funcionarios por no llegar con corbata al trabajo. Luego de que sus asesores moderarán el afán ordenador de su jefe, se acordó distender el ambiente laboral. Pero Uriarte salió con una nueva joya…”sería bueno que nos relajáramos y conociéramos…¿alguien hace algún deporte?, ¿quién juega al golf? Inmediatamente, los funcionarios se miraron entre sí, pensando en que el nuevo director nacional estaba bromeando. Sin embargo, Uriarte era sincero, acostumbrado a un determinado ambiente cotidiano que refleja la coexistencia de dos macro visiones o relatos aún presentes en la identidad nacional. Uno que se reconoce aún en las llamadas clases altas, donde aún se cree en las distinciones hechas por autores decimonónicos como Orrego Luco o Alberto Edwards, que atribuían una superioridad espiritual a esta posición social, sobre la base de la “sangre, el apellido y la familia”.
La ministra de Vivienda, Matte, también aportó lo suyo al afirmar que ella y su familia “pertenecemos a la derecha austera, que no viaja en helicóptero”, con lo cual separó las aguas entre ésta autoproclamada derecha, “de cuna”, moldeada por la tradición y la otra derecha emergente de nuevos ricos. Seguramente, la derecha criolla ignora que este menosprecio por los “nuevos ricos” calza a la perfección con la tesis planteada por Marx, en el sentido de que una clase social se determina por su ideología y no por su magnitud monetaria. Y así justamente bajo este parámetro vive la derecha social en Chile.
La auto designada “distinción de las clases elevadas” alcanza ribetes endógenos tan altos que las personas que viven en función de estos ambientes no se dan cuenta de lo que ocurre más allá de los muros que han levantado. Era el año 2003, cuando el Instituto Libertad y Desarrollo cumplió 15 años de vida, celebrándolos en Casapiedra, con un seminario al cual fueron invitados tres investigadores de un Think Tank liberal de China. Luego de las exposiciones llegó el cóctel de cierre y nadie de los anfitriones “pescó” a los invitados de China que se miraron las caras durante todo el cóctel, viendo cómo la gente de LyD, y de la UDI, conversaban alegremente. O sea, hablamos de un ambiente social construido de forma monolítica, donde la educación y buenos modales en la derecha sólo son funcionales en sus grupos de referencia primarios. Algo similar es lo que ahora está ocurriendo en el Estado y en los ambientes de las reparticiones públicas, donde la separación de las aguas sociales se ensanchó notablemente respecto a los anteriores gobiernos.
Siempre que se aborda este tema, surgen las contra respuestas del “resentimiento social”, pero este no es el punto. Si los individuos y grupos sociales construyen una serie de representaciones sociales que auto expliquen sus biografías y roles en una sociedad, es algo legítimo, siempre y cuando sea desarrollado en una esfera privada o, al máximo, comunitaria. El problema es pretender que estas construcciones –representadas en la tradición unilateral, el autoritarismo de corte clasista y racista y el integralismo religioso-conservador- se extiendan a la esfera pública, afectando los intereses de otros grupos o comunidades presentes en la sociedad chilena que no comparten estos valores y visiones de mundo de la derecha.
En su libro “El Sueño Chileno”, el sociólogo Eugenio Tironi, entrega una noción general para comprender el mapa de las identidades, la cual “es una suma de historias, relatos y discursos que se tejen para darle cuerpo a la comunidad nacional, con descripciones que se construyen a partir de las demandas y las perspectivas de sus miembros. A partir de esas historias los individuos pueden reconocerse como pertenecientes a un colectivo, y al mismo tiempo, pueden contextualizar y ordenar sus propias biografías personales”.
Una lectura neutra como estas ofrece una coordenada básica para comprender las “salidas” de la directora nacional de la Junji y el director de Fonasa. Ambos personeros simplemente estaban contextualizando al nivel institucional sus experiencias personales, pertenecientes a una comunidad con sus propias construcciones. Ello no es un problema en el sentido del libre albedrío que en teoría goza cada ciudadano. Como acabamos de señalar, el conflicto es la intención de extenderlo a otros grupos sociales que no comparten esta visión de mundo ni ideología, esta última entendida como un cuerpo de ideas valores y creencias.
Y aquí entra al campo el aspecto social y político de poder como una relación estratégica (M. Foucault, 1975). Bajo esta propuesta, el hablar de una reinstalación del núcleo cultural duro de la derecha en el sector público no nos puede descolocar, si sabemos que detrás de esta cultura se esconde un poder que esconde una red de relaciones, jerarquizada y coordinada de estos códigos cotidianos en los cuales estos personajes se desenvolvían antes de asumir cargos gubernamentales.
Debemos entender estas lógicas de Poder desde la perspectiva teórica que entiende al Poder como una concepción jurídica -como dice Foucault-, o sea un derecho que se posee como un “bien”, “una virtud” que se transfiere, a través de instancias normativas formales e informales. Esta es la tensión socio-cultural de la derecha chilena: Avasallar con los esquemas que se no adecuen a sus construcciones del mundo, a través de diferentes grados de autoritarismo y otras imposiciones cotidianas (como el caso de la obligatoriedad de corbatas en Fonasa o la instalación de una estatua de la virgen).
Aunque sea simplista, la verdad es que estamos en presencia de un núcleo duro e indeleble en la identidad de la derecha chilena que se reinserta en el aparato público después de veinte años. Ahora, el desafío es ver de qué forma este mundo hacendado se acopla con las transformaciones socio-culturales instaladas en el Estado y la sociedad en su conjunto. Desde ya, apreciamos que no será un proceso fácil para esta expresión de la derecha acostumbrada a los salones de familia que se resisten a los procesos de meritocracia y movilidad social que impulsa la lógica del mercado abierto. Tampoco será fácil para los mismos funcionarios del sector público, quienes deben adaptarse a las normas de productividad y carga laboral importadas desde el sector privado.
Precisamente, segmento de nuevas autoridades del actual gobierno, nostálgicas por los estilos de vida del Chile pre-capitalista y “austero” de hace 40 años, son las que deben adaptarse a las nuevas formaciones socio-cívicas en la esfera pública y ciudadana. La tensión también opera en ellos, pues deben salir de la burbuja privada en la que estuvieron desde 1990 y bajar al centro de la ciudad, a las llamadas ocho cuadras del Poder. Este simbolismo de bajar de los contrafuertes cordilleranos al centro de la polis nos explica en parte el porqué de los puestos vacantes en la administración pública. En otras palabras, existe una readecuación en las relaciones de poder que aún no está finalizada al interior del Estado.
Pero, más allá de estas “externalidades de clase” que insisten en manifestarse, lo cierto es que la derecha post moderna también ha facilitado este ascenso suyo al Estado, a partir del pragmatismo inherente al modelo socio-mediático que han levantado sus Mass Media convencionales. No por nada, la UDI siempre criticó a “la derecha de salón” por no salir a las poblaciones a trabajar en terreno con el objetivo primordial de reforzar la idea de que el mercado (que ellos controlan) es el óptimo social para solucionar los problemas del país. El punto es que esta minoría entrenada para relacionarse con el mundo popular no comprende el libre ejercicio de la libertad a nivel cotidiano. Siempre encontrarán excusas para tensionar las relaciones con los demás grupos con los cuales interactúan, ya sea con el autoritarismo político, el clasismo y el integralismo religioso en los lugares de trabajo.

El problema nace con y en ellos y debería ponerse un punto final por parte de ellos mismos en lo que respecta a sus construcciones socio-culturales. O, a lo mejor, sería conveniente una lobotomía identitaria.

jueves, 1 de julio de 2010

Las razones por las cuales los padrinos hollywoodenses de la Mafia italiana dejaron de existir

La principal característica de esta economía canalla contemporánea es la pérdida del control de la esfera política respecto al mercado, dejando zonas oscuras o vacíos de poder que permiten el crecimiento de formaciones económicas al margen del ordenamiento jurídico y de la ética, con la cual se genera una cultura de la tolerancia por parte del cuerpo social hacia este tipo de prácticas que son legimitimizadas en las prácticas cotidianas.
Demos el puntapié oficial con las cifras. De acuerdo al último informe anual del Instituto Europeo de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (Eurispes), la principal empresa de Italia es la Mafia que, durante 2009, facturó 130 mil millones de euros, o sea el 10,3% del monstruoso PIB italiano. Esta cifra representa, más o menos, toda la riqueza generada por la economía chilena en un ano, con lo cual podríamos decir que la mafia italiana sería la quinta economía más grande de Sudamérica.
Entre las cuatro principales organizaciones del sur que logran facturar esta cifra se cuentan la famosa Cosa Nostra (Sicilia); Ndrangheta (Calabria); Sacra Croce Unita (Puglia) y la Camorra (Campania). Esta última –popularmente conocida como la Camorra napoletana- es la más potente de las organizaciones criminales de Italia y Europa.
La Mafia es la principal empresa italiana, caiga mal a quien caiga. Para darnos cuenta de esta realidad, veamos el ranking de los principales resultados de los balances de empresas en ese país: la empresa ENI (petróleo, gas y energía) facturó 108 mil millones de euros en el 2008; ENEL (Electricidad) 59 mil millones, y la FIAT (Automotriz) con 59,3 mil millones de euros.
El eje central que nos permite comprender la función de la Mafia en la sociedad italiana es considerarla como una organización de Poder cuya principal garantía de existencia proviene de las alianzas y colaboraciones con funcionarios del Estado y la clase política local. Esta es la viga maestra que permite la reproducción de sus actividades ilegales y el consiguiente apoyo que obtienen en considerables segmentos de las poblaciones del sur de la península. En otras palabras, un análisis moderno de la influencia cultural de la Mafia en Italia debe considerar este término como un modo de organizar actividades ilícitas a partir de redes de Poder, producto de la imbricación con el Estado.
De este modo, son recurrentes los casos en los cuales se descubren relaciones entre el sector público y las cuatro organizaciones mafiosas mediante el acaparamiento de fondos públicos, particularmente en el sector inmobiliario. Las organizaciones criminales en Italia no habrían llegado a este grado de expansión y desarrollo si no fuera por la conformación del moderno Estado de la Post guerra. Hablando de poderes fácticos, desde 1948 se reconocen tres actores estratégicos que han determinado el perfil de la sociedad italiana hasta ahora: Estados Unidos, Vaticano y Mafia. Durante 40 años esta tríada logró construir una sólida imbricación con la finalidad de estar en la primera línea en la lucha contra el comunismo en el contexto de la guerra fría. Sin embargo, la larga influencia del crimen organizado perdura hasta la actualidad desde la esfera estatal, pasando por el sistema financiero, hasta las actividades microeconómicas.
En este sentido, las licitaciones públicas para la construcción de infraestructura en obras públicas y vivienda sufren de la llamada infiltración mafiosa, mientras que en el sur de la península se estiman en 600 los Municipios cuyos consejos comunales sufren este fenómeno.
De acuerdo a más de un autor, las causas de esta infiltración sistémica responden a la fragilidad de las instituciones públicas, producto de un persistente anacronismo de tipo familiar. No por nada, desde el resurgimiento italiano en 1870, cerca de cincuenta familias se han dado el lujo de distribuirse el poder en este país en el ámbito económico y político. Esta sólida base política y cultural ha permitido una acumulación de capital a lo largo de los años que prácticamente hace imposible la disolución de las actividades de la Mafia en las dinámicas económicas, extendiéndose a Europa, Estados Unidos y Canadá, debido a las condiciones objetivas puestas por la globalización. Actualmente, otros importantes sectores de inversión mafiosa son el turismo, el deporte, la alta moda, en los cuales surgen nuevas oportunidades para seguir expandiéndose a otras áreas, como la distribución de frutas y hortalizas y el café.
Y es que el reciclaje de dineros provenientes de las actividades mafiosas a empresas normales supone un joiny venture o una asociación estratégica entre los empresarios con las criminalidades, por lo que hablamos de un nuevo socio que incorpora su cultura cotidiana a la empresa, siendo posteriormente difícil de marginar. Ello explica el aumento de estafas, chantajes, cobro de cuotas ilegales y extorsiones. La presencia territorial mafiosa está arraigada desde un punto de vista económico, sociológico y antropológico en el sur de Italia. Como ejemplo podemos mencionar los muros de la ciudades de Sicilia, donde se expresa “mejor la Mafia que el Estado”, la negativa de los apoderados de una escuela de Catania a que sus hijos participen en una obra de teatro contra el crimen organizado. En síntesis, hablamos de poblaciones que han optado por el miedo en vez de la denuncia o. en algunos casos, al apoyo directo a las actividades criminales que aprecian como más positivas respecto a la inercia del Estado en estos verdaderos territorios ocupados.
Lo cierto es que una parte de la sociedad meridional italiana ha perdido el sentido cívico frente a la cotidianidad de la economía controlada por las organizaciones criminales. Uno de los motivos principales que explicarían esta conducta social es la transformación de la Mafia, del arquetipo gansteril a empresarios, negociantes, gremialistas, etc. Ello responde al aumento de la cultura de la corrupción sumergida que llegó de la mano de Silvio Berlusconi. Efectivamente, desde la muerte de los jueces Falconi y Borsellino a comienzos de los noventa, la lucha contra el crimen organizado en Italia ha tomado otro matiz: El mediático, en el cual esporádicamente Policía y Militares logran capturar a jefes de alto rango, pero cuando se inician las investigaciones judiciales que develan las vinculaciones con el Poder político y económico, de inmediato el mismo Berlusconi es el primero en hablar contra el Poder Judicial, acusando a los magistrados de “comunistas” o “inútiles”.
En su documental “Italia, Maliitalia. Historia de Mafiosos, Héroes y Cazadores”, dos periodistas francesas, señalan que cerca del 27% de los jóvenes en Calabria ejercen trabajos en espacios económicos de la Mafia, sean legales o ilícitos, mientras que Sicilia y Campania, el fenómeno abarca el 10% de este grupo etario. Las profesionales hablan en este caso, de una “burguesía mafiosa”. “En el sur la burguesía ha perdido su tradicional ascendencia en la sociedad, su posición de líder de opinión. Hoy lo que cuenta es el dinero, el negocio. Negocio que sólo puede ser poseído a través de la economía mafiosa.
El problema que acarrea esta dinámica es que la lucha por parte del Estado sufre una inversión de roles en la percepción de la población. Así, las jefaturas de policía que combaten a la mafia en los territorios del sur, en la mayoría de los casos deben vivir años, y hasta décadas, bajo escolta armada, en lugares secretos, con lo cual se convierten en subversivos, viviendo en la clandestinidad para que no peligren sus vidas, ni la de sus familiares. Lo mismo ocurre para quienes combaten las actividades de la economía criminal desde la sociedad civil que en algunas ocasiones sufren el aislamiento por parte de los demás conciudadanos, por haber transgredido el código de silencio de la “omertà”.

Tal como coinciden los diagnósticos el sur italiano es el primer y tercer capítulo de la Divina Comedia de Dante: el Infierno y el Paraíso. Está poblado por personas honestas, trabajadoras y la otra cara de la moneda, representada en cómplices y carniceros, además de los infaltables mártires de corte católico como policías, jueces, sindicalistas y dirigentes civiles que se han atrevido a alzar la voz contra este nuevo tentáculo económico de la actividad criminal criolla que ha dejado en los anales y en la cinematografía a los arquetipos hollywoodense.