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jueves, 30 de diciembre de 2010

La conjura de Catilina en nuestra parcelita chilena

La conjura es uno de los elementos centrales que constituyen la esfera política y uno de los más invisibles. Su principal significado se ata indisolublemente a la conspiración, sea para terminar con una lógica de poder establecida o para lanzarse contra alguna persona, grupo, organización o institución. Ella nos muestra episodios que inundan las bibliotecas: Desde los griegos, pasando por la Roma imperial y papal, hasta la política moderna, representa una práctica que promete no se expulsada de los pasillos del poder organizado.
Ya no se ocupan dagas ni espadas o venenos para deshacerse de adversarios o enemigos políticos, sino que basta un par de llamadas telefónicas para poner la conjura en marcha, de modo soterrado, subversivo, en el sentido que supone un cuestionamiento al orden establecido. Ello no significa que se adscriba al molde revolucionario definido en el siglo XIX, sino que es transversal y funcional al ejercicio del poder.
Uno de los episodios más conocidos de este "arte" dentro de la práctica política es la obra “La Conjura de Catilina”, escrita por el historiador romano Cayo Salustio Crispo, la cual se ha convertido en uno de los principales referentes para hablar de conspiraciones en la histórica relación entre el poder y el Estado.
Lucio Sergio Catilina fue un patricio romano que en su juventud se dedicó a vivir licenciosamente, aprovechando su posición económica y social, por lo que el correr de los años le pasó la cuenta: una gran deuda material que no pudo solventar debido a que había perdido el favor de Julio César (cuando éste luchaba por ser cónsul). Así, decidió salir adelante por cuenta suya, formando un grupo con sus amigos y creando un referente político en la Roma republicana. Con el espaldarazo partidista, se relata que comenzó a dividir al Senado, comprar a los comisarios (questores) y corromper a los cónsules, aprovechando de autoproclamarse el único defensor de las libertades romanas, prometió trabajos y más juegos en los coliseos, además de utilizar una estrategia destinada a dejar a los magistrados como el blanco de los desprecios de los plebeyos y comprometerse a pagar las deudas del Estado.
Como era de esperar, esta figura histórica pasa al imaginario del devenir político, asociando el relato de Catilina al perfil del político individualista que emprende una carrera por cuenta propia, sobre la base de influencias subterráneas en los pasillos del poder, que desafía a los poderes establecidos. ¿Podría ser incluido bajo estas características el caso de Sebastián Piñera?.
Lo cierto es que el actual Presidente tuvo una dura lucha contra los llamados poderes fácticos en la década de los noventa que, en más de una oportunidad, boicotearon sus candidaturas senatoriales y presidenciales. Catilina intentó -más de una vez- alcanzar la máxima autoridad de la república romana: El consulado (después de su conjura y muerte en batalla, se pasa a la etapa del Imperio). Si hablamos de prácticas conspiradoras tampoco debemos olvidar a la radio Kyoto que encendió el enemigo de Piñera, Ricardo Claro, en lo que se conoce como el piñeragate, donde el entonces político descargaba sus dagas simbólicas contra las otras candidaturas de su partido.
Piñera llegó a La Moneda con el discurso de la libertad de emprendimiento individual frente a la ineficiencia del Estado; la creación de 200 mil empleos, y el aumento de la seguridad ciudadana, en la cual la estrategia utilizada por el sector político que lo apoya es acusar a los jueces por no poner el candado a la puerta "giratoria" sobre los delincuentes. Esto último pone en entredicho la tarea de los saturados tribunales ante la opinión pública.
En lo que respecta a las acciones de Catalina de comprar a cuanta autoridad de la república se le pusiere por delante para ganar terreno político, tal fenómeno puede ser reconocido como tráfico de influencias y conflicto de intereses. La reciente estocada del gobierno estadounidense, dada por las filtraciones de Wikileaks, en las cuales se califica a Piñera como un hombre “que maneja tanto los negocios como la política hasta los límites de la ley y la ética”, tampoco lo dejan en buen pie para poder escapar de la sombra catiliniana.
Apoyado por un consenso popular debido a la inconformidad de algunos romanos con el modo de gobernar hasta ese entonces, Catilina promete cambiar Roma, regalando las tierras -que pertenecían al Estado- a quienes lo ayudasen. Algo similar se aprecia en los constantes ofrecimientos de privatización que esperan los grandes agentes del mercado, luego de otorgar su apoyo financiero en tiempos de elecciones. Las prácticas de lobby, reuniones y presiones a puertas cerradas también forman parte de las conjuras. Cayo Salustio cuenta cómo Catilina llamaba a sus designados en las altas esferas de poder: “les retiró a una pieza secreta de la casa y, allí, sin testigo alguno de afuera, les habló de esta suerte.(…)Entonces les ofreció Catilina nuevos contratos públicos en que se cancelarían sus deudas, proscripción de ciudadanos ricos, magistraturas, sacerdocios, robos, y lo demás que lleva consigo la guerra y el antojo de los vencedores”.
En el caso chileno, la conjura que dio nacimiento a la guerra desde el Estado hacia un sector de la sociedad civil se inició en 1973, lo que después dio espacio al “antojo de los vencedores” durante la década de los ochenta, en la cual se registra un notable aumento de prácticas reñidas con las virtudes cívicas, materializadas en la suspensión de derechos; privatizaciones a cuatro puertas, desarrollo de capitalismo entre amigos en común, contratación de parientes en el sector público y otras irregularidades que continuaron reproduciéndose durante los gobiernos de la Concertación.
Catilina -que termina muerto en batalla a la cabeza del ejército que había reunido para tomar por la fuerza el Estado romano- obtiene un inesperado apoyo de la población. Algo común en estos tiempos, especialmente en Chile donde muchas personas aún se preguntan el por qué este gobierno tiene un grado de adhesión no desdeñable. Según el análisis de Cayo Salustio, las personas son llevadas por el pragmático deseo del cambio de situación, lo que también se vio en nuestra sociedad después de veinte años de gobiernos concertacionistas. “Porque siempre en las ciudades, los que no tienen que perder (…)ensalzan a los que no son buenos, aborrecen lo antiguo, aman la novedad, y, descontentos con sus cosas y estado, desean que se mude todo”.
Para el autor de la “Conjura”, este hecho está asociado a los niveles de prosperidad económica que alcanzan las sociedades, lo que –inevitablemente- produce un fetichismo por lo material, en vez de cultivar las llamadas virtudes cívicas, en algo que también es compartido por el pensamiento crítico actual de nuestra convivencia nacional a la hora de analizar fenómenos como el exacerbado consumismo, egoísmo civil, déficit de confianza social, lagunas culturales y la falta de solidaridad en la estructura social. Es decir, hablamos de una banalización de la sociedad.
En varios pasajes de su obra, Salustio explica que el surgimiento de una personalidad política como Catilina es el resultado de los vicios que genera la ambición desmedida y la avaricia frente a la mayor circulación del dinero. “En la prosperidad, aún los cuerdos difícilmente se moderan”; “Desde que empezaron a honrarse las riquezas(…)decayó el lustre de la virtud, túvose la pobreza por afrenta, y la inocencia de costumbres, por odio y mala voluntad. Así que las riquezas pasó la juventud al lujo, a la avaricia y la soberbia”.
En cierto modo, el consumismo producido por la prosperidad material que dejaban las conquistas de la república romana generó subjetividades que moldearon otros valores sociales, lo que permitió a Catilina abrirse paso, debido a que gran parte de sus sostenedores en la conjura querían obtener más riquezas, pagar las deudas contraídas, obtener nuevas posiciones. De ahí que sea tan fácil dirigir un orden discursivo que promete riqueza, empleo y crecimiento económico sin regulaciones, tal como se ve por estos días en nuestra pequeña polis.

La conjuras funcionan transversalmente, ahora vivimos una de otro tipo: aquella que promete prosperidad a costa del Estado y sobre la base del mercado como único generador de riquezas, olvidando las virtudes cívicas de la convivencia en común para el mediano y largo plazo, tal como le sucedió a Roma antes de convertirse en Imperio. El caldo de cultivo para nuevos Catilina es fecundo, pero siempre se le puede enfrentar con la pregunta que le formularon al patricio romano en el Senado: "Catilina... ¿hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?".

martes, 21 de diciembre de 2010

Un poco de periodismo vivencial: El irresuelto caso de los choros chilenos en la costa romana

Ostia es la más famosa ciudad balneario a media hora de Roma. Las arenas de sus playas fueron el mudo testigo del asesinato del gran poeta, escritor y cineasta del mundo popular, Pier Paolo Pasolini, en los años setenta. Y no sólo eso: lugar estratégico para la entrada y salida de barcos que navegaban sobre las aguas del tíber para llegar a la capital del Imperio, en estos tiempos el balneario vuelve a recibir el ambiente cosmopolita y multiétnico de hace unos 1.450 años. Entre ellos dos chilenos comunes y corrientes que debía cumplir con la entrega de material para la empresa de transporte público de la región del Lazio.
Una vez descendidos del tren que nos traía desde la capital, con mi ex colega Juan Carlitos, decidimos iniciar la jornada con el ritual mañanero italiano por excelencia: una buena tacita de café expreso para despertar. Veníamos conversando de un tema sabido, pero poco mencionado: la particularidad de Ostia de atraer a la “mala vita”, como dicen los italianos. “Romano de Ostia” se dicen de modo despectivo. Y es que este es el lugar de operaciones de la camorra napoletana, peleas de territorios entre europeos del este y africanos por el control de la prostitución, además de algunos extraños robos a tiendas perpetrados por la “banda del hoyo”, como lo bautizó la prensa local por el modus operantis de ingresar -por un túnel- a los negocios por la noche, en un método que toma varios días, si no es que semanas. “Algo de la picardía latinoamericana hay en esto”, pensaba cada vez que leía este tipo de noticias.
“Capaz que veamos a un choro chileno hoy día”, nos dijimos con Juan Carlitos. Ya la semana pasada nos habíamos encontrado con un lanza internacional paisano en el mall Leonardo da Vinci, cercano a Ostia. Flaquito y con la cara de gato (a lo Gary Medel), típica del mestizaje sudamericano, venía subiendo y bajando las escaleras mecánicas, con ojos inquietos que lo delataban, además de esa inconfundible cara del tipico chileno: prominentes pómulos en una cara enjuta, mechas de clavo en su rojiza cabeza (que lo hacia pasar un poco inadvertido entre los italianos) y con sus buenas patas de gallo en las sienes. “Socio, ¿usted es chileno?. “Si, por qué, ¡qué passaaaa!”, le respondió el desgarbado a Juan Carlitos, levantando su mentón de forma corta y rápida. “Na’ po socio, nosotros también”, le respondimos, adaptándonos inmediatamente a su habla.
Una vez relajado, nos dijo que “andaba trabajando”, en su lucrativa actividad de “mechero”. No le iba mal: una parka Dolce & Gabbana de 700 euros encima de su vetusto cuerpo y jeans Gucci, de 340 euros, al igual que sus zapatos. Preguntó, sin esperar respuesta, de qué parte de Santiago eramos, para inmediatamente decirnos que debía ir a buscar a su compañero que estaba en el piso de arriba. Sólo alcanzamos a decirle “vaya no más” antes de que los peldaños metálicos de la escalera automática se lo llevasen.
Con este recuerdo en mente, entramos al Bar-Café para caer en los brazos de la cafeína. La típica mirada del foráneo en tierra ajena me llevó al punctum del ambiente: un tipo que nos miraba fijamente. Un gorro de fina lana Armani, que dejaba entrever unos cabellos rucio cenizas que colgaban a la altura de sus orejas; ojos azules oscuros puestos en unas órbitas oculares caídas, que lo hacían parecerse a Silvester Stallone, luego de una noche de juerga, y una barbilla a delicadamente cortada con la forma de una U al revés, lo delataba como un ostiano más a la hora del desayuno.
Pero su aguda mirada me incomodó a tal punto de hablar en buen chileno en medio del tráfico vocal italiano: “Y este huevón que mira tanto”. No pasaron tres segundos para tener la respuesta de sus labios: “Iguaaaaal po hermano”. Para sacarme la incomodidad de haber sido pillado en mi propia lengua, mecánicamente me salío un chorro de risa y alcé la mano con vuelo a fin de saludarlo como correspondía. Él, fríamente, nos estiró la suya para preguntarnos si “estábamos trabajando”. “Si pos”, le respondimos. Ahí, por arte de magia, en su mano derecha, apareció el vaso ancho de coñac que estaba bebiendo, mientras los italianos desayunaban sus capuchinos y medias lunas, sin darse cuenta de la burbuja lingüística que se había formado. “De qué parte viene compadre”, le preguntó Juan Carlitos. “De ahí no más po, de ahí”. En un italiano tarzanesco, pidió dos cafés para sus paisanos. El hálito que salió también nos señaló que venía lanzado de la noche.
Pero a él no le importaba. Paso a paso nos contó acerca de los joint ventures que se forman entre chilenos, napolitanos y colombianos en el submundo de la criminalidad lugareña: Los primeros roban, ya sea con el clásico cartereo en la calle, en hoteles y en tiendas, para reducirlas con los napoletanos quienes, a su vez, negocian con la droga importada por los colombianos que operan en el litoral romano. “Aquí hay pocos chilenos, eso sí, hay que ir a Milán pa’ ver más, ahí se hacen pichangas de cincuenta y cincuenta”, nos afirmó sin tapujos. No sabíamos si era el efecto hiperbólico del coñac el que lo llevaba a asegurar esto, o era el típico “color” que se utiliza en los códigos populares de la periferia santiaguina.
De todos modos, seguíamos escuchándolo: “Los peruchos (peruanos) también son choros, pero son veinte, y un maricón. Nosotros la llevamos”. La búsqueda de la mirada risueña rápida con Juan Carlitos ya nos decía que agradeciéramos el café y nos despidiéramos, antes de seguir asintiendo con la cabeza el monólogo prontuario de nuestro chorizo.
“Si yo los miraba a ustedes porque hay mucho sapos acá y no se sabe quién es paco (policía) o no”. Fue la última frase que nos otorgó antes de terminar su vaso para pedir otro rápidamente, al mismo tiempo que no quitaba la vista a una despanpanante rubia que pedía su taza en la barra. "Chao compadre, gracias por los cafés, nosotros vamos a trabajar, tenemos que ir a un hotel”, le dije yo con la cómplice anuencia de Juan Carlitos. Nunca supimos si este personaje era parte de la banda del hoyo, pero suponerlo y comentarlo nos dejó satisfechos en nuestra chilena morbosidad de inmigrante.
Mi socio Juan Carlitos es hijo de un veterano choro chileno que hace el itinerario Concepción-Buenos Aires-Roma desde hace 29 años. Apodado “el lobo”, su especialidad son los hoteles. Los tiempos cambian y el hombre no pierde su estilo: las mejores pintas Lacoste y pantalones de fino lino, son parte de su puesta en escena cuando entra a los lujosos lobbies de la hoteleria romana y de Venezia. Ahí, saca de su billetera su tarjeta magnética para entrar y arrasar con todo lo que encuentra adentro: joyas, relojes, billeteras, cámaras, notebooks. Según él, su casa en Concepción la compró con un “trabajo” hecho en Roma, en 1989: “un maletín con cien mil dólares que le sacamos con mi hermano a un sultán”. La idea del sultán era interesante, hasta que un día por el centro de Roma vimos a un árabe con su tradicional vestimenta blanca y su singular pañuelo en la cabeza. "Ese es un sultán", me dice Juan Carlitos. Ok, pienso. Ahí me quedó claro la televisión tiene mucho que decir a la hora de formar y encasillar los imaginarios de nosotros.
Fue una vez, viendo la final de la Eurocopa entre España y Alemania, entre medio de las botellas de cerveza, que el lobo me dice que escriba un libro sobre los choros. Bueno, el cierre de esta breve anécdota acerca de los chilenos de Ostia, como se conocen en Roma, termina con una mención a este veterano.

martes, 14 de diciembre de 2010

El camino al Estado penitenciario, sentido común punitivo y marginalizaciones urbanas

El camino al Estado penitenciario, sentido común punitivo y marginalizaciones urbanas
El fuego que consumió la vida de 82 hombres en la cárcel de San Miguel en 2010 es uno de los tantos hitos que todavía no se consumen por completo en el pensamiento crítico respecto al funcionamiento que hemos construido en nuestra sociedad. Hechos como este pueden ser ubicados bajo el modelo explicativo de la disolución del Estado providencia a costa del Estado penitenciario, planteada por el sociólogo francés Loic Wacquant, uno de los exponentes más llamativos en el estudio de la sociología urbana y el Estado penal.
Una de sus principales obras es “La gestión policial de la miseria”, donde identifica la genealogía que da inicio al discurso conservador de la tolerancia cero en Estados Unidos contra el potencial peligro que advierte este pensamiento contra los grupos marginalizados en los suburbios urbanos que son asociados como el producto de las malas políticas asistenciales del Estado benefactor de los años sesenta y setenta.
La ideología se propaga en la Gran Bretaña de John Mayor a mediados de los noventa y en algunas grandes ciudades estadounidenses a fines de la misma década. Como olvidar en este sentido lo que hizo el denominado sheriff de Nueva York en eso años, el alcalde Rudolph Giuliani, quien fue visitado por líderes de nuestra derecha, como Joaquín Lavín.
Básicamente el objetivo de estas iniciativas programadas consiste en tratar con igualdad penal a los menores de edad con los adultos; aumento de penas por delitos e infracciones menores; mayor presencia de cámaras de vigilancia en los espacios públicos, e integrar al sector privado en la provisión de soluciones de seguridad, entre otras medidas.
Los principales efectos de estas acciones será el abatimiento de la identidad individual del sujeto a favor de la emergencia de un sujeto colectivo que será encasillado como delincuente y otras formas lingüísticas que nacen de acuerdo a la realidad de cada ghetto urbano. En Chile, la masificación del término "flaite" se asocia al orden discursivo informal del pato malo y al formal del delincuente, naciendo de este modo, el concepto del paria urbano.
Un factor agravante a las marcadas divisiones en la estructura social local emerge con estos nuevos engranajes de la economía de la segregación que se implanta con el discurso de la derecha desde 1990 hasta ahora en torno a la delincuencia y la seguridad ciudadana.
La aparición de un “sentido común punitivo” es otro elemento constitutivo en el armado conceptual de Wacquant y que se refleja en los variados comentarios de algunos ciudadanos en las redes sociales 2.0, donde apologizaban la muerte de “delincuentes y lacras”. Como se aprecia, desde la perspectiva sociológica encontramos otra distorsión inducida en las relaciones sociales, producto de programaciones racionalizadas y con una clara intencionalidad de control social de la entropía. “El paso del Estado providencia al Estado penitenciario anuncia la aparición de una nueva forma de gobernar la miseria, que aúna la mano invisible del mercado del trabajo descalificado y desregulado con el brazo largo de un aparato penal omnipresente”, es la tesis principal de Wacquant.
Ahora, es necesario reconocer que esta clase de gestión se dirige preminentemente a los segmentos urbanos marginalizados, que día a día deben enfrentar situaciones de abuso, provenientes de la profundización de la vigilancia en sus territorios. De estos entornos salen los chivos expiatorios que después son expuestos delante de las cámaras para dar cuenta del relato de combate a la delincuencia, muchas veces sin haber cometido el delito que se le imputa. Dinámicas de este tipo también se observan en los videos filtrados desde Carabineros, donde se puede ver a una persona detenida ocho veces en el arcos de dos meses, sin dejarse clara la razón de su detención, pues queda en un segundo plano frente a los sádicos abusos y torturas psicológicas que realizan sobre él un grupo de policías.
Por un lado, entonces, tenemos que reconocer fenómenos como la miseria, la delincuencia y la marginalización como un producto social, cuya respuesta se materializa en el Estado penal que criminaliza la miseria y la marginación, concentrándose en la política de contención que vemos en el exceso de población en los recintos penales.

Wacquant menciona el régimen discursivo del Estado que declara el combate a la delincuencia para recuperar el espacio público. Pero, bajo esa superficie, se identifican consecuencias visibles en Chile, puesto que esta problemática se ha internacionalizado con el proceso de la globalización, tales como un aumento notable de encarcelamientos, justo en momentos en que la criminalidad se estanca; crecimiento del sector penitenciario en la administración pública, que supone un alza en el gasto fiscal a costa de las reducciones en otras áreas sociales; privatización del encierro, generando fases desconocidas de prosperidad en la industria privada de la prisión (en esto invitamos a ver los ingresos de empresas como Sodexo, encargada de la alimentación y mantención en los nuevos recintos licitados), además del surgimiento de una política de acción afirmativa carcelaria, en la cual la práctica punitiva privilegia ciertos sectores urbanos que incluyen a ciertas familias que habitan en estos territorios. Ello crea el tipo de dinámicas que se desarrollan desde 1990, a partir del núcleo conceptual de la “tolerancia cero” o “la mano dura”, adaptada lingüísticamente por la derecha, que no sería más que una intolerancia selectiva, de acuerdo al sociólogo francés.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Aproximaciones a una idea precisa de las prácticas del poder carcelario

La foto de Bastián Arriagada, un muchacho de 22 años, que terminó perdiendo su vida en un recinto penitenciario atiborrado, es el símbolo de las arbitrariedades del poder que nos rodea desde la cuna hasta el ataúd. Su fotografía de prontuario denota tristeza, la resignación de ser parte de una realidad punitiva por traficar mercadería en el circuito informal de la economía. Decisiones cotidianas en Chile, donde la informalidad se transforma en una vía de escape frente a los bajos salarios del mercado laboral para los no cualificados. Su expresión es la de sentir que no debía estar ahí, frente a una cámara que los clasificaba como reo por 61 días en la cárcel de San Miguel, donde moriría junto a otros 81 internos.
En este caso hablamos de una víctima de los avatares del no hacer con los cuales opera el poder público en nuestro país a la hora de implementar políticas públicas. Que quede claro que no hablamos de la visión simplista y superficial que define al poder como algo que proviene de una fuente estática e institucional, sino que hablaremos del poder como lo qué es realmente: una omnipresencia que se mueve en todos los niveles.
Los resultados de estas prácticas, eso sí, mayoritariamente perjudican a quienes caen en el juego estratégico de exclusiones que viene realizando metódicamente el poder desde hace unos 240 años. La vida truncada de Bastián recae en las deficiencias de una política carcelaria incapaz de diferenciar los espacios entre primerizos y reincidentes, incapaz de clasificar a las personas por el delito que han realizado de acuerdo a los ambientes y dinámicas criminógenas que se desarrollan al interior de estos recintos. En el fondo, el objetivo de punición del Estado no se genera a causa del formalismo jurídico de encarcelar a quienes delinquen, para disminuir los riesgos de la seguridad ciudadana hacia quienes no delinquen, sino que responde a una lógica de contención que termina profundizando la reproducción de ambientes disfuncionales entre la población afectada.
Como es la fuerza de la costumbre, en las discusiones públicas en el país, la tragedia de la cárcel de San Miguel vive su semana de pulsión informativa: las primeras 24 horas está en boca de todos; cada uno de nosotros busca su parcelita de poder, en el 2.0, con sus comentarios para decir su franca percepción de los hechos o para intentar influir en los demás. Pasadas las 48 horas, el embudo de la inmediatez cercena el número de individuos. Aquí entran en juego los saberes narrativos de las columnas y notas que pretenden adentrarse en la reflexión, tomando el suceso desde múltiples aristas.
Esto es algo normal en estos tiempos de fragmentación de subjetividades y de relatos. La heterogeneidad, sin embargo, algunas veces, se diluye bajo la empecinada forma conservadora de analizar los hechos: De una parte, la derecha que apunta a la visión cortoplacista y cuantitativa de aumentar el número de cárceles como la gran respuesta para evitar que se repita este tipo de tragedia, sin considerar –para variar- que más recintos es sinónimo de más reclusos y, por ende, de más hacinamiento. Es la misma clase de racionalidad que publicita cuando se refiere al empleo: lo importante es que los números y las cuantificaciones den la sensación de un problema resuelto, sin importar cómo se mueve el magma por debajo.
Al otro extremo, se encuentran las posturas superficiales y delirantes-hilarantes que afirman que todo preso es político en el sentido de que todas las personas que se encuentran recluidas en estos espacios son víctimas de la sociedad, sin considerar otras complejidades psicopatológicas existentes -y que no necesariamente encuentran la respuesta en el discurso de la contra psicología-, especialmente para los casos más graves de individuos con psicopatías permanentes, los cuales deben esbozar una leve sonrisa de satisfacción si leen a otros que les llaman víctimas por haber violado, asesinado o infringido un daño físico o psicológico grave a otra(s) persona(s), tan portadora de derechos y deberes como él mismo en una sociedad. El problema es que, si se acepta la tesis básica de que los victimarios son las reales víctimas del sistema de organización socioeconómica que vivimos, entonces excluimos o dejamos en un segundo plano a las víctimas reales de los delitos como sujetos de derecho que también buscan justicia. La imaginación da para mucho en el momento de pensar cuál sería la respuesta de una persona común y corriente que ha sido robada, o violada o que le han asesinado a un cercano, se la respuesta es que el capitalismo es el gran culpable de lo que ha experimentado.
La hoguera de las confusiones que pregonan ciertas posturas en los extremos de la discusión social no hace más que perder el foco preciso de las eventuales respuestas para prevenir y evitar tragedias como éstas. Claro que hay algo certero en todo esto: la responsabilidad y la culpa de estos hechos recae en el poder organizado, en la clase política en general, por no tener una estrategia de prevención real en todo lo que se refiere a la rehabilitación y reinserción de los individuos que son parte de la población penal.
Si. Los conceptos de población, delincuentes, detenidos, antisociales, aislados, etc. hacen referencia al tipo de racionalidad política (en su sentido amplio) que se instala en occidente a fines del siglo XVIII y que la obra de Foucault identifica como la transición desde las sociedades de disciplinamiento a las sociedades de control social, a través de la continua intervención de ciertos tipos de poder en los procesos vitales de los individuos, formando una economía política de los cuerpos, los cuales son clasificados, segmentados y calificados por una instancia que los dispone en espacios segregados para facilitar el control social.
El término de biopolítica que se le ha otorgado a este enfoque permite entender de mejor modo cómo funciona el poder dentro de la práctica punitiva de la cárcel. Cuando Foucault habla de las sociedades del disciplinamiento pensaba justamente en una puesta en escena arquitectónica de la cárcel que es el producto de una tecnología de saber y de poder racionalizado donde nada se dejaba al azar. El poder no debe entenderse como algo estático que opera exclusivamente desde una institución determinada. Esto significa simplificar las complejidades de la realidad. Si queremos comprender cómo funciona el poder en estos recintos carcelarios en Chile debemos partir de la base de sus elementos característicos identificados por Foucault:
-Relaciones estratégicas dinámicas entre los mismos reclusos que se manifiestan en códigos que regulan el grado de violencia aplicada (la pelea que da origen al incendio, según la versión oficial); estas mismas relaciones precisas se dan entre los reclusos y los gendarmes, quienes están tan encerrados como ellos, compartiendo estos espacios de control social.
-La lógica del más fuerte, por los recursos a disposición, juega a favor de los representantes del Estado en estos lugares que abusan de sus contraparte o que realizan relaciones de poder recíprocas (en la compra venta de bienes y el tráfico que se genera en todo los recintos del mundo entre los vigilantes y los vigilados). El carácter de estas relaciones asimétricas también es un factor que explica la tragedia, especialmente por la desidia del personal presente por no haber reaccionado y controlado el juego. Lo más probable es que hayan dejado correr la situación, sin intervenir, debido a la lógica de premios y castigos que establecen con los vigilados, sobre todo la segunda.
-El poder, al tener una materialización siempre móvil y flexible en las relaciones entre los hombres, juega con el hacer y no hacer. En este caso, la ineficiencia y la inercia de las políticas penitenciarias (este último concepto proviene del disciplinamiento del poder pastoral católico pos tridentino, el cual es asociado directamente a la idea de castigo) muestran la prioridad de observar la realidad presidaria desde el exclusivo punto de vista de la contención.
-El tipo de poder que opera en los espacios carcelarios opta por la indiferencia en todo sentido: desde la preocupación de los vigilados, pasando por la omisión de separar a los reclusos en distintos ambientes, hasta la inoperancia para otorgar mejores condiciones de vida a los reclusos, quienes continúan siendo sujetos de derecho, por más que sea limitado por los espacios punitivos.
Lamentablemente, bajo la mirada de la racionalidad política, el poder carcelario no se preocupa, por lo general, de crear otras condiciones. Desde los recintos de los tiempos soviéticos ubicados en Siberia hasta las precarias cárceles latinoamericanas, se delimitan los espacios físicos solamente para recordarles a quienes caen en ellos del carácter punitivo que conllevan ciertas acciones de no inclusión a los espacios delimitados por quienes hegemonizan y manipulan el poder. Esto es un punto cardinal en el estudio que Foucault realiza y que también fue abordado por Marx y Engels en su ensayo histórico acerca de “La acumulación originaria del capital”. En que revisaron las leyes europeas del siglo XVII que castigaban físicamente a los vagabundos por no trabajar, enviándolos a cárceles y, posteriormente, a trasquilar ovejas para la producción textil.
Así era entendido el reciclaje funcional en aquellos tiempos, al igual que en la Inglaterra de Oliver Twist. Sin embargo, actualmente, existen pocas experiencias reales de “reciclaje” que hayan dado frutos en el mundo, los casos triunfantes de personas que salen adelante desde dentro hacia la “normalidad” de afuera es por el esfuerzo individual. Porque, de lo contrario, no existirían individuos que cambian sus vidas desde dentro hacia afuera, una vez que salen, por mucho que les pese a quienes de seguro confunden esto con una “visión individualista del capitalismo”. Y aquí es donde entran a operar otras clases de poderes más subjetivos y difíciles de clasificar.
La gran industria manufacturera de la criminalidad se encuentra dentro de estos espacios, de aquí nacen los códigos que dan vida a las prácticas de legitimación de la delincuencia. Y esto va derribando nuevas piezas de dominó en el campo del poder. Es cierto el análisis que enfoca la permanencia de la lógica de contención existente en las prisiones, con una cierta economía política que rinde frutos al control social. A medida que aumenta la tasa de delincuencia, lo mismo sucede con los crímenes y la sensación de miedo que ello genera en las personas que no optaron por robar, asesinar o violentar a otro semejante. Tal como vemos en nuestro país, este dispositivo ha generado una mayor aceptación del sentido común hacia el control policial, en un orden discursivo creado por la derecha y reproducido por los gobiernos desde 1990 hasta ahora.
La dinámica de las exclusiones e inclusiones gestionadas por grupos que funcionan en torno a sus prácticas de poder también forman parte de este enfoque biopolítico, bajo el análisis de la filosofía italiana. Si. El caso del joven que se encontraba recluido por practicar la informalidad económica de la piratería comercial es el ejemplo más idóneo de la lógica de poder que define quién debe formar parte de la inmunidad dentro de la comunidad y quién no. La tipificación del delito por infracción a la propiedad intelectual que deja a las personas en estos espacios de inercia y condena social para el propio individuo recae mil veces en este rasgo del poder.

Así como el poder opera en todos los niveles, su contraparte entrópica e institucionalizada también lo hace (la economía política de la criminalidad), sólo que aquella que se hace desde y en las cúpulas de control queda eximida del régimen de veracidad y normativo que el mismo control produce (inmunitas, como dice Antony Negri). Lamentablemente, el control social que ejerce poder, en sus relaciones estratégicas, el que segmenta la delincuencia en una lógica de incluidos (se crean hasta imperios de criminalidad) y excluidos que terminan hacinados en las cárceles.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Izquierda- Derecha: Cómo avanzar más allá de sus racionalidades clásicas

El constante reflujo a 1973 es la principal fuente de la serie de traumas no superados en la cultura político-ideológica de Chile. Una muestra de ello es que aún no se pueden superar las clásicas categorías de análisis que componen las categorías referenciales de la derecha e izquierda, observándose la tendencia a centrar los contenidos de las actuales discusiones en la misma lógica que se realizaba en los años setenta. El problema persiste fundamentalmente en las antípodas del espectro ideológico, tanto en la derecha, que se apega a un liberalismo simplista y cercenado, como a la izquierda que apela a un socialismo utópico, alejado de los fundamentos de la filosofía materialista propugnadas por el marxismo clásico del siglo XIX.
No deja de llamar la atención, en este marco, que una no despreciable cantidad de personas reducen su racionalidad política a una oposición inmediatista que se expresa en la categoría de "fascista"; "capitalista"; "comunista” y/o "resentido", u otras calificaciones, asociando definiciones tan diversas, como el liberalismo, con el primer calificativo, o a la socialdemocracia con los segundos apelativos.
Esta tendencia absolutista y conservadora en las prácticas discursivas surge como una parte de las tantas estrategias de resistencia frente al proceso de fragmentación de las ideas e identidades que trajo consigo la globalización de mercados y de la cultura. Pero ello, hasta el momento, genera más confusión entre sus adherentes, debido a que rehúyen la multiplicidad de escuelas de pensamiento, aparecidas en los últimos cuarenta años, para explicar los actuales procesos y fenómenos en nuestra sociedad. Se cae, por ende, en lo que se llama una epistemología del desconocimiento.
El desechar otras corrientes en la historia de las ideas, como son el post estructuralismo, el descontruccionismo u otras teorías críticas que hablan de la inclusión de terceros en un sistema político (Bobbio y Giddens), tiende a la entronización del concepto se impone por sobre las particularidades de la realidad concreta.
El mayor problema de esta visión de mundo es la conformación de una racionalidad que tiende a operar con el juicio a priori respecto a otros pensamientos, además de un reduccionismo dualista (fascismo/comunismo, reaccionarios-revolucionarios, capitalismo-socialismo, etc.) a la hora de revisar los problemas que aquejan a la sociedad.
Tanto el neoliberalismo como el marxismo de corte idealista coinciden en la idea de extirpar la presencia del poder en el actual modelo de dominio sobre las poblaciones, pues ambos sistemas de pensamiento aseguran que sólo así se libera la naturaleza reprimida de las personas, dando espacio a una fuerza creadora. Pero estas dos formas de saber omiten el hecho de que el poder no solamente presenta una sola fuente de emanación, sino que opera en todos los niveles de actividad humana. Es decir, no aceptan al poder como algo omnipresente que circula entre los seres humanos.
En este sentido, no se entiende el alcance que presenta la coexistencia identitaria derecha/izquierda, en el sentido que dichas categorías simplemente operan como un receptáculo de ideas, creencias y valores (una ideología en términos amplios) que tienen un carácter más amplio y dinámico. Algo normal, desde que se acuñaron estas categorías en el siglo XIX, inherentes a la lógica sintetizadora del sistema político de identidades. Ello no debe generar una ruptura en el modo de pensar la política, al menos en su forma.
Al respecto, Norberto Bobbio (uno que ha sido acusado por la izquierda conservadora de ser funcional a la “burguesía oligárquica”) sostiene la necesidad de definir a la derecha e izquierda como términos con un contenido relativo, limitado en el tiempo.
La distorsión, sin embargo, se produce cuando en ambos espacios no se recambian sus contenidos, ni se agregan otras propuestas explicativas, sobre todo en los contextos de ideas más fragmentarios y complejos que se viven ahora. Ante ello, lamentablemente, la ortodoxia de ambos extremos opta por caer en una ignorancia por conveniencia, desechando otros modos de análisis o, propugnando una actitud contra la producción académica a costa de defender una filosofía de la praxis que, no obstante, no logra presentar una adecuada organización programática de mediano y largo plazo.
El aspecto filosófico complica más al pensamiento chileno que se dice tributario del marxismo. Ello, porque han pasado -quizás sin darse cuenta- a un idealismo que se relaciona más con las categorías de los imperativos morales que tanto criticaba el materialismo de Marx en Kant y Hegel. Un ejemplo lo demuestra la tendencia de instalarse como un juez moral dentro del espacio de la izquierda frente a los nuevos aportes de ideas que se han hecho en los sectores que antes adherían al marxismo. Así, las afirmaciones de por autoidentificarse como “la verdadera izquierda” asemeja más este comportamiento al pensamiento platónico de tipo militante que también absorbió el catolicismo.
Bajo esta óptica, todo lo que huela a renovación o a la ampliación de otras ideas en el referente de la izquierda es asociado con el objeto moralista de la “traición” o una falta de coherencia axiológica, concentrándose en el análisis de la llamada “superestructura” ideológica, en vez de apegarse a la matriz del comportamiento social economicista que dicen seguir de Marx. Paradojalmente, el adversario del filósofo alemán, el francés Proudhon se tomó la revancha, pues la postura de reformismo hegemoniza la corriente al interior del espacio de la izquierda.
En la derecha, la tendencia a simplificar los alcances de los actuales procesos vitales de la sociedad se enfocan más en la defensa del liberalismo propuesto por Hayek y Friedman, cuyo concepto de libertad viene tampoco se acopla a los requerimientos concretos de las multiplicidades sociales. Su apologética ideológica no encuentra consonancia con las particularidades de la realidad social, especialmente a la hora de analizar las distorsiones en las relaciones de mercado.
Si bien Bobbio afirma que el concepto de igualdad es clave para discernir las diferencia entre ambos polos políticos, en la derecha se hace más difícil adecuar su propuesta a la realidad, debido a que también considera que las categorías conceptuales de su ideología liberal “naturalmente” se deben imponer sobre la experiencia de las personas, así como en un sector de la izquierda son las “leyes inevitables de la dialécticas” las que se entronizan.
Peor aún es el hecho del atavismo histórico y sociocultural de la derecha para abrirse a los parámetros que exige el desarrollo. Este es el factor que ha despertado el núcleo del conflicto político en el país, no desde de un supuesto esquema dialéctico, sino que desde el punto de vista incentivar al inmovilismo relativo que se ha generado en los contenidos prácticos del espacio derecha/ izquierda.
La solución como se plantea a partir del análisis de Bobbio apunta a entender el enfrentamiento de ambos polos no a partir de las cargas ideológicas-axiológicas que incorporan cada una de ellas, sino en la practicidad de sus políticas públicas hacia la población que –precisamente- es uno de los factores menos considerados a la hora de los debates eleccionarios.

Esta praxis de lo político, en un sentido amplio, pasa por el reconocimiento de la atomización y constante circulación del poder en todos los niveles de la sociedad, a partir del cual sólo debería operar sin las típicas pretensiones de encasillamiento institucional paternalista que históricamente utiliza el Estado en Chile.