Una atractiva interpretación, desde el marxismo, realiza
Carlos Pérez en torno a la crítica del supuesto cientificista en que reposa la
economía clásica, la cual ha generado un tipo de racionalidad que se ha
profundizado en el modelo neo clásico del monetarismo, siendo otra “gaya
ciencia” de la modernidad ilustrada, pero que actualmente se utiliza como una
práctica discursiva hegemónica que se ha introducido en los poros de la Opinión
Pública.
El supuesto de que la racionalidad económica es neutra, asépticamente
superior a las contaminaciones relativistas de la racionalidad económica es
abordado por Pérez, quien intenta demostrar –brevemente para lo ambicioso de su
hipótesis- que Marx efectivamente propuso desmarcar la racionalidad de sus
postulados teóricos de la racionalidad científica heredera del positivismo de
la modernidad, que parió a las Ciencias Sociales del siglo XIX, reduciendo su
ejercicio a la comparación entre la
economía política marxista y la economía política científica.
La primera es caracterizada por el historicismo que adaptado
por Marx para dar sustento a sus tesis, incluyendo conceptos como sujetos
sociales históricos y la imposibilidad de separar la vida social práctica los
contextos históricos a lo que denomina como “condiciones materiales de
existencias”. La segunda, por su lado, plantea el cálculo exclusivamente
económico, desligándose de los aspectos sociales y culturales.
Pérez lo resume la distinción entre estos dos tipos de
política económica de la siguiente forma: “La economía política es una saber
situado, pone como su punto de partida un conjunto de situaciones empíricas,
históricamente reales, y sólo a partir de ellas se eleva a la abstracción.
Exactamente al revés de la economía científica que, como la física, pone modelos
abstractos y generales en el inicio, y solo desde allí va agregando las
variables, las “imperfecciones”, que hacen que los capitalistas nunca lleguen a
competir como los bellos modelos de competencia prescriben y hacen deseable”.
Al leer este comentario se viene en mente el sistema
previsional privado, con el modelo de las AFP, y el sistema de salud, bajo el
modelo de Isapres, donde se planificaron criterios de mercado “científicos”, o
“racionalmente neutrales”, sin considerar variables antropológicas como el
armado sociocultural del país, lo que ha derivado en los cuestionamientos a la
legitimidad de ambos sistemas, siendo algo que los especialistas de la política
económica científica se niegan a reconocer.
Y es que la genealogía de la planificación científica no
tomó en cuenta el sustrato empírico de las personas, el que rechaza el modelo
previsional por el paupérrimo monto de las pensiones finales y un sistema de
salud excesivamente caro, lo que no se condice con las condiciones reales de
las remuneraciones. La experiencia de las personas es lo que construye las
relaciones económicas, o como diría Marx, es su actividad real la que genera
las condiciones materiales de existencia. Pero –precisamente- la idea de los
sistemas privados de seguridad social que administra la racionalidad científica
del monetarismo es que los individuos deben adaptarse a la abstracción de la
eficacia de los modelos econométricos y a formulismos numéricos que pierden el
foco de la persona.
Es así como las necesidades se deben adaptar a los modelos
matemáticos de este tipo de política económica y no al revés, lo que genera una
limitación para soluciones pragmáticas de las distorsiones socio culturales que
se generan por relaciones sociales de producción que no cuentan con
calificación laboral, innovación tecnológica ni dinamismo competitivo, como lo que se vive en el caso chileno.