Sabido es por todos que uno de los artífices ideológicos de la actual
institucionalidad política y económica de Chile fue el fundador del
gremialismo, Jaime Guzmán, quien plasmó las ideas del corporativismo con
el libre mercado, además de otros ingredientes como el nacionalismo
portaliano y el integrismo católico, para dar forma a lo que Alfredo
Jocelyn Holt, llamó la "normalidad de Chacarillas", en alusión al
discurso en que el dictador Pinochet sentó las bases del diseño político
del país para darle un marco al modelo económico que desarrollaban los
anarcoliberales del chilenos de Chicago.
Esta hibridación de
doctrinas, ideas, valores -según Guzmán- sería aceptada por la población
en general con el paso del tiempo. Esa aceptación del sentido común
sería producida a través del dispositivo del consumo, propio de una
economia abierta, pero no sería mediante la presencia de instituciones
excluyentes de la sociedad civil, tal como la planeó el fundador de la
UDI.
Y es que, actualmente, con la crisis institucional
evidenciada por la relación entre el poder económico y el poder
político, entre grupos económicos y los partidos políticos
hegemonizantes del sistema binominal creado por Guzmán, surgen voces
dentro de la cultura política vinculada a la derecha que apunta sus
dardos de crítica a la clase política, lo que es correcto y legítimo,
aunque el gran problema es que estas mismas voces desconocen o no
quieren reconocer que fue la misma derecha la que ha sentado las bases
de la actual crisis con el diseño institucional que construyó a fines de
los años setenta del siglo pasado. en plena dictadura, cuando también
se dieron vida a instituciones económicas que ahora gozan de un alto
desprestigio ante la ciudadanía como el sistema previsional, financiero y
de salud, los cuales son percibidos como un matrimonio amarrado, con
una alta brecha de asimetrías de información que perjudican a la
población en sus derechos ciudadanos y al consumidor, en el derecho
comercial y económico.
El diseño constitucional del gremialismo,
dejado en manos de una figura carismática como Guzmán, estableció la
lógica de dos bloques hegemónicos en el poder que se distribuyen la
administración del Estado y, por ende, de la política económica, fiscal y
monetaria que exige el modelo económico establecido por los seguidores
de Milton Friedman.
Ya lo decía Guzmán en los mismos
documentos de prensa que archiva la Fundación Jaime Guzmán, al comentar
el contenido de la Constitución de 1980: (...)"su articulado permanente
es el instrumento jurídico que liga las futuras instituciones
democráticas con los principios y fórmulas jurídicas básicos de un
sistema económico-social de libertad". (Revista Ercilla 1987).
El
trabajo "El miedo y otros escritos", de Juan Pablo Illanes, publicado
por el Centro de Estudios Públicos (CEP) acierta en reforzar la visión
del o económico-social y de lo político intitucional que tenía Guzmán y
que ahora justamente está haciendo agua: "La realidad es que un régimen
económico-social libre tiene necesariamente que estar afianzado en una
institucionalidad que alcance la forma de ley en la generalidad de las
materias, pero que suba al nivel constitucional en aquellos aspectos que
se estiman claves".
Carlos Schmitt fue una de las influencias
indirectas, pero efectivas que recibió Guzmán para diseñar el orden
político-institucional del país. Indirecto, porque llegó al teólogo
alemán a través de autores españoles y argentinos. La dualidad
amigo-enemigo como condición del orden político marca el pensamiento de
Schmitt y se refleja en el armado institucional dejado por el
gremialismo. Enemigos son todos aquellos que critican al excesivo poder
del mercado. Quienes lo hacen son tildados inmediatamente como "enemigos
de la libertad" o socialistas, en el sentido más moderado, porque el
vulgo lo define como "comunista".
Schmitt planteaba que esta
dualidad de lo político actúa en el campo económico con el criterio
"útil y dañino o bien rentable o no rentable", lo cual es muy parecido a
la lógica de Hayek cuando, en su ensayo "Por qué no soy conservador",
sostenía que los liberales defensores del mercado rechazan las reformas
reguladoras o internvencionistas, porque producen un mayor mal del que
pretenden disminuir. Así, cualquier reforma que propongan un mayor rol
del sector público en la economía de mercado es tildada de dañina por
los apologistas del liberalismo o de no rentable por el empresariado,
demostrando que imbricación entre lo económico y el marco
político-jurídico de Jaime Guzmán.
La derecha, reconocida en la
unión gremialismo-escuela de Chicago, sigue aferrada dogmáticamente a
este libreto. En la década de los noventa torpedeó los intentos de
reforma constitucional, incluyendo cambios al Tribunal Constitucional,
rol de las Fuerzas Armadas y Consejo de Seguridad Nacional, mediante el
discurso de que eran "temas que no le interesan a la gente",
identificando que lo importante era el tema de la seguridad ciudadana y
el empleo.
Sin embargo, este discurso tecno-populista
escondía debajo de la alfombra la profundización de grupos económicos
con las élites políticas que se formaron a alero del diseño
institucional de Guzmán. Poco a poco la centro izquierda, aglutinada en
la Concertación, adquirió el orden discursivo y práctico de la
autoreferencialidad de la clase política, en el marco de una
institucionalidad que excluye la participación ciudadana, aunque se
hicieran algunos gestos en esta materia, como la Ley de participación
ciudadana, la ley de derechos del consumidor y otras modificaciones de
forma dentro del modelo gremialista.
Es por eso que la actual
crisis institucional desatada por la relación grupos económicos-sistema
de partidos hegemonizante es la herencia del propio modelo ideado por el
gremialismo, el que ha sabido utilizarlo a fondo para sus subsistencia.
No por nada el grupo Penta nace al alero de este movimiento político y
se fortalece en los marcos jurídico-institucionales hechos por la
derecha y aceptados por la centro izquierda. En esta dinámica se
inscribe la red de relaciones político-económicas tejidas por el Grupo
Soquimich del ex yerno de Pinochet, demostrando que el marco
constitucional para defender la abstracción de lo "económico-social" es
el principal propulsor de la actual crisis.
Por lo tanto, el
llamado es a las voces de la derecha a que miren la historia, aunque les
cueste intelectual y moralmente, para darse cuenta de que la coyuntura
es el producto de lo que ha impulsado el mismo sector de identificación
idelógico-política. El boomerang seguirá dando vueltas en el aire.